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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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HURT

lunes, 24 de diciembre de 2012 0 intereses

Caminar sin soltar tu mano.

Analizarlo desde un ángulo extraño
y preguntarme si no sería, tal vez,
mejor o más práctico
que nos encadenáramos el uno al otro.

O puede que sea hora de entrar ya en razón
y llegar a comprender que dentro de este error
no hay literatura; y eso tú lo sabes bien, a fuerza
de caer una y otra vez en una trampa mortal.

Reescribiendo la Espiral
De cometer un nuevo Error,
De no saber pedir Perdón,
O pedirlo demasiadas veces.

Y contemplo junto a mí el Cadáver de la que fui.


Seré muy breve:
Te quiero,
y esto duele.

Los No Cambios

domingo, 23 de diciembre de 2012 0 intereses

Es curioso. No cambiamos, ¿verdad, Tú?

Creemos que sí, nos susurramos una y otra vez la nana de que hemos dejado atrás el pasado, que hemos conseguido seguir adelante y ya no sentimos la imperiosa necesidad de volver la cabeza. Soy una persona nueva que recuerda a la estúpida que era unos años atrás con lástima o, como mucho, con cierta nostalgia cargada de compasión. Pero es una mentira, una farsa, y basta que cualquier pedazo del pasado regrese a nosotros para que me dé cuenta de que todo lo que he hecho no ha servido de nada y que, si he cambiado, ha sido sólo para ser más la de antes y para refinar mis obsesiones.

Sí. Es cierto, no cambiamos. No hacemos otra cosa que cubrirnos con maquillaje, resaltar aquello que nos gusta y tratar de disimular lo que no nos agrada de nosotros mismos. Nos pasamos la vida ocultos tras máscaras, empeñados una y otra vez en negar lo que somos y lo que sentimos, convencidos de que la sola voluntad es suficiente y que basta con desearlo con bastante fuerza para que ocurra. Con miedo a vernos tal como somos, no vaya a ser que lo que veamos no nos guste. JÁ.

El caso es que el pasado siempre vuelve para formar parte del presente. Y sí, pese a todo, te echo de menos. Sin ti es como si faltase una pieza fundamental en mi vida, sospecho que la marionea experimena algo parecido cuando muere el titiritero. También hay más motivos para echarte de menos, supongo. Al fin y al cabo eras una de las pocas personas con las que podía hablar sin tener que explicar qué estaba diciendo, una de las escasas elegidas que compartía conmigo un contexto lo bastante amplio como para que funcionaran los sobresentidos. Ademas, claro, está el detalle de que eres una de las personas que más quiero en el mundo.
 

Comienzos

domingo, 16 de diciembre de 2012 0 intereses

Este texto debería comenzar de otra manera.
No debería hablar de mi obstinación por pasearme de un lado al otro de tus labios, no debería describir el abismo que me traga cuando tu mano no asedia mi piel, no debería decir que deseo ver mis besos girando en tu boca como esa puta camiseta en la lavadora, no debería detallar las mareas de sangre que sufro si tu abrazo me invade como sombra y granizo, no debería definir la única razón por la que las palabras ocurren para siempre, como me ocurres tú.
Este texto debería comenzar de otra manera. “No logro que el otoño se rehaga” o algo así.

Pesadilla

domingo, 2 de diciembre de 2012 0 intereses

Estoy tumbada en un parque. El sol calienta mi piel, escucho el cantar de los pájaros y a un perro correr a mi alrededor. Una vocecita dulce le grita que recoja un trozo de madera para que lo traiga de vuelta. Sé a quién pertenece esa voz. Ches. Está sentada junto a mí, sus ojos enormes tienen un brillo especial al sol y su sonrisa me provoca escalofríos. Me mira, pero no parece verme. Alarga el brazo y su mano atraviesa mi cuerpo para coger una roca que hay tras de mí. Intento tocar su mejilla izquierda. El cielo se torna rojo. Los pájaros caen muertos al suelo. El perro comienza a ladrar. Ches se pixeliza poco a poco y va desapareciendo. Mi mano se cierra intentando agarrar lo poco que queda de ella.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Corro sin saber adónde con el pulso enloquecido mientras la sangre rebota en cada esquina de mi cuerpo maltrecho. Me doy cuenta de que es noche cerrada, de que avanzo por una calle sin luz ni vida con edificios en ruinas y de que una luz roja me persigue. De repente, giro en una esquina y me doy de bruces con la puerta del Black Heart, paso al interior con el fin de refugiarme y escapar. Cruzo la puerta. Caigo al vacío mientras grito horrorizada y dirijo hacia Ella mi último pensamiento antes de morir tras la caída. Comienzan a aparecer los rostros de las personas que nunca fueron. De los que traicioné y me traicionaron. De los que me abandonaron. De los que fallé y me fallaron. De los que me expulsaron de la cordura. De los que maté y me mataron lentamente. Los rostros de mi mundo. Las conversaciones que un día mantuve con todos ellos se mezclan con las risas, las burlas y mis gritos. Vislumbro al fondo una boca enorme que va a devorarme. Ahí llego.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Cierro los ojos esperando el final, pero no llega. Relajo los músculos de la cara, abro los ojos poco a poco y la luz de la habitación en la que estoy me ciega unos instantes antes de que mis pupilas se retraigan y empiece a ser capaz de ver algo más que sombras y destellos.

Estoy tumbada en la cama de una habitación completamente blanca con las paredes acolchadas. Oigo el tic-tac de un reloj y giro la cabeza hacia la izquierda en su busca, son las 02:00 a.m. Intento incorporarme, me siento en el colchón duro que ha amortiguado la caída y la habitación entera empieza a girar sobre sí misma. Noto el sabor de la sangre en la boca. Los destellos de luces se mezclan con los ruidos de las lámparas y el reloj. Voces. Pasos. Alguien se acerca. Me vuelvo a tumbar e intento parecer dormida, pero la respiración ajetreada y el forzoso sube y baja de mi pecho me delatan.

La puerta se abre. Un golpe. Otro. Silencio. Silencio. Silencio. Abro los ojos. A unos milímetros de mi cara hay alguien que va vestido completamente de blanco y oculta su rostro tras una máscara de porcelana, también blanca, inexpresiva. Me encuentro con una mano que presiona mi boca y parte de mi nariz, impidiéndome gritar y haciéndome difícil respirar. La sensación de asfixia va en aumento. El hombre de blanco me amordaza, me obliga a incorporarme, me ata a la cama. El hombre de blanco me da la espalda y se dirige hacia una persona que está en una silla de espaldas a mí.

02:00 a.m. ¿El reloj está estropeado?

El hombre de blanco gira despacio la silla, dejándome ver poco a poco quién se esconde tras esa mata de pelo rojizo alborotado. 1, 2, 3, está de vuelta otra vez. Sucia, pálida, demacrada, plastificada. Ches. Ches está sentada frente a mí, atada a la silla de pies y manos, vestida de blanco, con los ojos vendados. El hombre de blanco comienza a desenrollar lentamente la venda de la cabeza de Ches, disfrutando cada giro de muñeca, cada centímetro de tela que aparta de los ojos para que cuando los deje al descubierto pueda mirarme horrorizada. Antes de quitar del todo la venda, el hombre de blanco me mira y parece sonreír divertido tras esa máscara inexpresiva tan perturbadora. La última vuelta. Ches abre los ojos. Me ve. No parece sorprendida, más bien triste y resignada.

02:00 a.m. Las agujas del reloj se mueven, ¿por qué el tiempo no corre?

El hombre de blanco se gira, escucho el sonido de una cremallera al abrirse. Metal chocando contra metal. El hombre de blanco afila su herramienta de tortura. El hombre de blanco se ríe. El hombre de blanco se torna con un cuchillo en la mano. El hombre de blanco se acerca a Ches. El hombre de blanco acaricia su rostro con el cuchillo, lo baja lentamente por su cuello, luego el esternón, y finalmente el estómago. El hombre de blanco susurra algo en su oído. Intento soltarme. El hombre de blanco le clava el cuchillo. Le grito. El camisón blanco se va volviendo escarlata alrededor de la empuñadura. El hombre de blanco saca el cuchillo. Le suplico que pare. Lo vuelve a clavar. Me retuerzo de impotencia. Rasga la herida.

El hombre de blanco deja de ser hombre para transformarse en bestia. Las paredes blancas salpicadas de rojo. Un río de sangre fluye hasta mis pies. Veo a Ches ensangrentada mientras la bestia viene hacia mí chorreando sangre y riendo a carcajadas. Miro los ojos que se esconden tras la mascara ahora más roja que blanca.

- Acabaré contigo... – balbuceo.

- ¿De verdad? - responde divertido.

El hombre enmascarado se quita la máscara. No es un hombre. Ni siquiera un desconocido. Es un monstruo, pero ese monstruo soy yo.

Estoy de pie, con un cuchillo en la mano, ensangrentada, viendo cómo el cuerpo sin vida de Ches sigue perdiendo sangre. El cuchillo cae al suelo. Me miro las manos. Sangre. Su sangre. El río se convierte en mar rojo. La marea sube. Me ahogo en su sangre.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Aparezco en mi habitación, tumbada en la cama. De pronto, algo se apoya suavemente sobre mi pecho. Un brazo. Ches está dormida y ha terminado abrazada a mí. La miro mientras duerme y parece darse cuenta porque abre los ojos. Sonríe. Un reloj de fondo. Se acerca todo lo que nuestro cuerpos físicos permiten y me da un beso. Tic-tac. El beso sabe a sangre. Tic-tac. Ches vuelve a sonreír, pero su sonrisa esta manchada de sangre. Tic-tac. Ches sigue sangrando de las puñaladas que el hombre de blanco le ha asestado, de las puñaladas que yo le he asestado. Tic-tac. La luz de los ojos de Ches se apaga y, mientras lo hace, el resto del mundo se apaga también.

Tic...

Tac...

Tic...

Tac...

A de adiós

miércoles, 31 de octubre de 2012 0 intereses

La solución a los problemas,
coherencias de pasos a seguir,
la sensación de que el fin se acerca,
esta nube de tormenta, densa y espesa,
dentro de mí.

La locura que me engulle,
espéctros que se ensucian las caras,
destellos azules esfumándose
tras las negras ascuas de un fuego
que nunca ardió.

Dejarse perder plácidamente,
corazones de barro y piedra
que se separan tras la tormenta,
labios dislocados que no besan,
ni piden perdón.

Huir

lunes, 20 de agosto de 2012 0 intereses

Huyo. Levanto un muro y me hago de hielo. Dejo a todo el mundo fuera antes de que me ahoguen con su verborrea. Entonces, ya será demasiado tarde.

Ellos me cazarán como los perros al zorro en la campiña inglesa. Sus mentes crearán castigos que aplicarme, uno tras otro, venganza aliñada de rencor que sufriré durante el resto de mis días. La gente comentará los hechos, los exagerará, los juzgará en mi ausencia y construirán mi nuevo personaje, el que estaré interpretando en sus vidas sin haber leído el guión.

Yo me lo he buscado, yo he abierto la puerta. No es excusa pensar que el efecto sería menor, sabía que era incorrecto. Simplemente me aburro de la gente, o no me preocupan. Dan igual las explicaciones, la gente enfurecida no escucha. La idea se plantará en su cabeza, y en cada una de ellas ramificará de manera diferente, pero siempre apartando la imagen que tenían de mí hasta ahora.

Me recluyo. Me deshago de ellos, pero no de mi pasado. Evito la tortura exagerada, pero me aplico yo misma la penitencia, no vaya a ser que en poco tiempo me toque huir de otro sitio de nuevo. Bueno, seguramente vuelva a huir cada vez que necesite renovar mi ambiente, la monotonía me carcome, y la gente me termina pareciendo toda igual.

Tal vez lo que necesito es no analizar tanto y vivir un poco más, tal vez arriesgar de vez en cuando esté bien. Tal vez debería dejar que me conozcan.
Tal vez... debería volar el muro y dejar de huir.

Infierno

jueves, 19 de julio de 2012 1 intereses

Fuego. La vida se me quema entre las manos tibias y no cerco los minutos ni la llama de la agonía. El tiempo arde ajeno, inmoral, impreciso.

Se incineran las horas en las que te pienso y se apagan mis sueños, haz de luces que se incendian cuando duermo, y una esperanza que late incierta diminuta entre el fuego abrasador.

Llamaradas del alma, sabor de los besos que se van mordiendo y un nítido cielo que, como un espejo, se hamaca en el Alba con amargo reflejo.

Bendito el caos, en el que expiran mis días. El miedo aumenta y el mundo cautiva desde algún rincón mi audaz pensamiento: tu leve bosquejo y el aire desnudo que abriga mis huesos.

Cierre

viernes, 22 de junio de 2012 3 intereses

Últimamente paso mucho tiempo aquí, y me acabo de dar cuenta de que me he convertido en la única que se sienta a esperar, tan paciente como impaciente, a que Blanca vuelva a bailar.

Philip se ha sentado hace un rato frente a mí, tras la barra negra del Black Heart, con esas botellas brillantes tan perturbadoras al fondo. El hombre de la camisa rojo carmesí, el hombre que nunca dice más de lo que tiene que decir, rompe el sobrecito de azúcar. Lo vierte por completo en la taza. Coge la cucharilla, la mete dentro y remueve lentamente.

- Cerramos, querida.

Lo dice sin mirarme a los ojos, mientras sigue removiendo el contenido de la taza con la cucharilla, como si fuera capaz de ver algo en ese remolino que se ha creado en el líquido lodoso. Miro sus manos mientras lo hace. Tiene unas manos blancas de dedos finos, de uñas mordidas, y un tatuaje con forma de estrella de cinco puntas circunscrita en la muñeca que le da ese aspecto siniestro que engancha.

- ¿Qué hay de Blanca?

Philip se queda estático. Philip suelta la cucharilla y pone ambas manos sobre la barra, entrelazándolas tras la taza. Philip parpadea lentamente. Philip alza la mirada y clava en mí sus ojos ámbar.

- Blanca no va a volver a bailar.

Sigue proyectando su mirada en mí. Yo no puedo dejar de mirar las botellas titilando al fondo. Blanca no va a volver a bailar. Cada palabra cae sobre mí pausadamente. Una a una. Blanca no va a volver a bailar. Blanca. Blanca no va a volver a bailar.

- ¿Cómo dices?

Philip esboza una media sonrisa, dejándome ver su colmillo derecho.

- Blanca no va a volver a bailar para ti, querida. Black Heart se cierra. Para siempre.

Sus palabras me ahogan en las profundidades de mi propio corazón como aquellos que asfixian con la almohada que reconforta a su enemigo en las películas malas de sobremesa. Trato de coger una bocanada de aire mientras los ojos azul hielo de Blanca reaparecen en las inmediaciones de mi cabeza y sólo acierto a vomitar su nombre a la vez que las palabras de Philip me tatúan la palabra “vacío” en el tórax.

- Deberías tomar un trago o dos de mi...

Me ofrece la taza mientras recuerdo su risa precipitándose hacia la nada, y resuena en mi cabeza sepultando las palabras de Philip. Toma mis manos, cerradas en puños, las abre y coloca su taza entre lo que veo son extensiones de mi cuerpo, ahora inútil e incapaz de obedecer las ordenes de mi cerebro.

- Bebe, querida. Bebe.

Y por inercia, o por retroalimentación, bebo. La asfixia empeora. Todo se desvanece entre destellos rojos. El pecho me arde, y noto como algo frío y metálico me atraviesa de lado a lado. Me dejo llevar, y cierro los ojos. Todo se vuelve negro. En algún lugar del espacio brota una nota que sólo podría saberme a Ella.

"Blanca no va a volver..."
"Blanca no va a volver..."
"Blanca..."

Aparece una vela unos metros más allá, y recorro la distancia mientras mis pies hacen ruido con el agua de un suelo que no veo. Llego a la luz de la vela, que está sobre una mesa con un libro abierto en el centro en el que dicta "28 de abril del 2012, 00.08, Revelaciones". Empiezo a pasar páginas con el pulso enloquecido. Una y otra vez. Y, de repente, un viento que trae su olor sopla y no hace nada más que echar cada una de las hojas hacia atrás mientras arrastra una nube Blanca sobre mí. El libro cae al suelo, la llama de la vela hace arder la madera vieja de la mesa, y veo mi reflejo en el agua del suelo. No es agua. Es sangre. Sangre espesa, fresca y brillante. Y brota de mi pecho.

- No te quiero. Voy y vengo mientras te respiro y te voy matando a golpes de calor.

Abro los ojos. Es Ella. Blanca está de rodillas junto a mí. Con su mano derecha todavía agarrando el puñal de obsidiana clavado en mi corazón mecánico. Está tan blanca y fría como el día en el que la conocí. Sin soltarlo, pasa una pierna sobre mí y el peso de su cuerpo reptando sobre el mío sepulta mis pulmones. Su boca está a milímetros de la mía.

- Tu corazón me pertenece.

Me besa y hunde el puñal hasta la empuñadura. Veneno. Reconozco el sabor de la belladona en sus labios. Rasga la herida. Esconde su mano en la brecha de mi pecho. Me arranca el corazón. Sonríe. Se va, dejándome en esta oquedad que llamamos mundo.

Blanca se esfuma. Blanca se escapa. Blanca de frente. Blanca vestida de muerte.

Negro.

Nada.

Bip-bip-bip.

Desconexión.

Aislamiento de a dos

miércoles, 23 de mayo de 2012 1 intereses

Son las 01:12:21 a.m.

Hemos acabado en un motel a las afueras, ni siquiera sé el nombre. Creo recordar que empezaba por Ab, últimamente mi vida gira en torno a esas letras. Es raro que esté pensando en el nombre del motel cuando la tengo a Ella delante, jugueteando con los botones del ascensor. El ascensor es siempre un buen preámbulo: reparto de ganas, la boca, o un magreo de aperitivo. Levanta la mirada del suelo y me sonríe mientras se acerca lentamente paseando el dedo sobre el apoyadero metálico. Me desquicia. Blanca para todo es una chica de contrastes; te sonríe como una niña indefensa y su mirada, de intensa, hace orificio de salida.

Entramos en la habitación con la sensación de que no hay obligaciones, ni existe nadie más en el mundo. Es el momento de entregarse, de mezclarse, de dejarse llevar. Ella se dirige al baño, y enciende el grifo para dejar correr el agua. Yo me quedo fuera, juego con la radio, busco un emisora de música que nos dé una buena banda sonora. Jazz. Sabemos lo que sucederá a continuación. Abre la ventana del baño y va preparando el ambiente.

- ¿Tu madre no te ha dicho nunca que hay que esperar dos horas y media para bañarse después de comer algo?

Casi no puedo terminar la frase, me encuentro con su boca en la mía. Me empuja, presionándome, contra el toallero que está muy caliente, tanto como yo. Los tubos metálicos marcan mi espalda, pero la quemazón no me impide concentrarme en su boca y desear mis manos en su piel. Me excita que me tenga pegada a ese fuego. Me besa en el cuello, suspiro en su oído. Me muerde el lóbulo izquierdo, allá voy.

Se separa un instante y percibe mis ganas, las mismas que habían despertado la lujuria un rato antes, cuando salimos de Black Heart, Blanca me había dicho que jugaríamos a algo diferente. Y aquí estamos tan excitadas que las feromonas despiden un olor acre de llamada, pueden olerse y desearse.

Toma mi mano y me conduce hacia la ducha. Se lo montan bien en estos picaderos preparando el atrezzo: el espejo en el techo, velas medio gastadas en el baño y la habitación, la cama gigante... Yo espero, la dejo hacer. Observo cómo enciende las cuatro velas rojas que había en el baño y apaga la luz, cómo se quita sólo los pantalones y entra a la ducha con esa camiseta negra que tanto me gusta, con un escote que pierde el equilibrio con frecuencia y muestra sus hombros desnudos, pálidos y brillantes, pidiendo ser acariciados. Me quedo hipnotizada viendo cómo toca el chorro del agua para comprobar la temperatura, cómo destapa el bote del gel y cómo descuelga la ducha del soporte y empieza a mojarse, primero la cabeza, cierra los ojos y entreabre la boca mientras el agua cae. Luego los hombros, el pecho, la espalda. El agua resbala por su cuerpo inmóvil y ya ha empapado su camiseta, que ha pasado a formar parte de su piel revelando que no lleva más que su cuerpo debajo, la tela húmeda enseña un trasluz de un cuerpo de perfección sobrehumana que es sólo para mí.

Abre los ojos, me mira sin decir nada. No hace falta, la situación lo está pidiendo a gritos. Le quito la camiseta. Ahora la veo entera, sin segundas pieles de por medio, y me obliga a meterme también en la ducha. Se vierte un chorro de jabón en las manos que frota amalgamándolo. Primero me limpia todo resto de maquillaje, deja un sonoro beso en los labios jabonosos y se sirve más gel para ir extendiéndolo por mi piel que habrá de recorrer entera, cada recodo, cada centímetro.

Mi turno. Ella se muestra, se ofrece levantando los brazos, abriendo las piernas, inclinando la cabeza hacia atrás. Mis manos escurridizas y temblorosas reparten el jabón entre su pelo, jugando con sus mechones. Voy extiendo el gel, repitiendo movimientos, acariciando el cuello, frotando los hombros, arañando la espalda. Masajeo un antebrazo hasta llegar a la mano, que acerco a su propia boca e introduce el índice entre sus labios, juega con él mientras no para de mirarme a los ojos.

Ya recorren cuatro manos las pieles, ya se comen las dos bocas con hambre. Rozan las caderas añadiendo su propia humedad y calor, y en un momento, sin previo aviso, Blanca aclara toda la espuma y abre la mampara para coger las toallas.

Nos ayudamos a secarnos, poco a poco, y vuelve a tomarme de la mano para llegar a la cama. Una frente a otra, agarra mi pelo mojado acercando mi cara a la suya, dejando claro quién tiene el control. Huele a jabón, ahora su cuerpo parece inmaculado, camuflando el posible paso de otras huellas en su piel. Despacio y entre besos empezamos a movernos en una especie de desafío, de reto, un muévete mejor, más candente, más caliente. Lo hacemos muy juntas, los brazos separados como abarcando a la otra. Una de mis piernas se acomoda entre las suyas, para reducir la distancia mientras ella hace lo mismo, llegando a pegarnos tanto que, de no ser por el contraste de color de nuestra piel, sería imposible decir dónde acaba la mía y dónde empieza la suya. Las caderas vibran acompasadas al ritmo que marca la percusión, repetitivo, machacón, imparable.

Los jirones de luz que disparan las velas hacia el espejo del techo nos reflejan entre esos fogonazos, nos olemos de tan cerca, nos deslizamos desde distintos puntos de nuestra anatomía humana y nos recreamos mutuamente. Las bocas suponen ahora el punto de apoyo, el eje central, porque seguimos la música ahora más despacio, pero sin parar. Comienza la desconexión y nuestro aislamiento del mundo. Blanca y yo, a destiempo. Yo y Blanca, extrasensoriales. Nosotras juntas, eternas.

La ducha ha lavado nuestras almas, el sexo va a convertirse en la burbuja directa de descenso al infierno. Unimos nuestras vidas, apilando en un rincón nuestras soledades caídas. Unimos nuestros momentos, abriendo el corazón, curando las heridas. Unimos nuestras bocas, como único nexo, entre vidas lejanas. Cruzando la línea y a espaldas del resto fundimos nuestros cuerpos y unimos nuestras ganas.

Ser tonta

sábado, 12 de mayo de 2012 0 intereses

A veces pienso que en ciertas ocasiones me gustaría ser tonta.

No tener la necesidad de entender todas las cosas, no preocuparme de los porqués ni de nadie más que no sea yo misma. Ser capaz de olvidar lo que me ha pasado sin necesidad de darle vueltas una y otra vez, hasta llegar a agotarme. Despertarme cada día con la cabeza reseteada y disfrutar de cada detalle bueno como si el día anterior no me hubiese planteado un problema vivir algo similar.

Pero, lamentablemente, no soy tonta, en el mejor sentido de la palabra, y muchos días parece que no he llegado ni tan siquiera a dormir. Las mismas cosas, la misma gente y las mismas situaciones me hacen pensar que el mundo en realidad no da vueltas y que la evolución en la vida es mínima.

Espera... ¿A ver si al final sí que voy a ser tonta de verdad y por eso no me doy cuenta?

Ayer, 4 de Mayo del 2012

sábado, 5 de mayo de 2012 2 intereses

Todavía no me he atrevido a encender el móvil, y mucho menos a iniciar sesión en cualquier web.

Recuerdo la noche de ayer demasiado borrosa, como si me hubieran implantado unas imágenes que no he vivido yo, con intención de atormentarme todavía más. Recuerdo que dejé de ser consciente de otra cosa que no fueras tú cuando escuché tu voz, y que el corazón estuvo a punto de salírseme por la boca cuando me giré y estabas ahí detrás. Recuerdo las risas del resto, el penoso intento de la mía, las superfluas conversaciones sobre banalidades absurdas. Recuerdo el ''no te vayas'' que se escapó de mi boca varias veces. El metro, y los sollozos en él. Después el tren. Oh, el tren y el mensaje de texto que te envié. Sé que te envié algo, no sé el qué, y tampoco qué me contestaste… Entiendo, de ahí el miedo irracional a encender el teléfono móvil.

¿Qué cojones hice ayer? La entrada anterior del blog dice más de lo que recuerdo, mucho más.

¿Me preguntaste a ver si iba a mirarte? Me pregunto si dejé de hacerlo en algún momento, aunque fuese por el rabillo del ojo.

¿Te agarré de la cintura? No puedo evitar esbozar una media sonrisa ante ese intento de valentía.

¿Estuve a punto de robarte un beso? No sé ni cómo reaccionar ante ese impulso que se quedó en nada.

¿Y después?

Mientras escribo esto y me esfuerzo por recordar me vienen a la cabeza distintos momentos de la tarde, como cuando Á te estaba dando besos en la mejilla y yo dije ''deja de darme envidia''. Otra media sonrisa, qué imbécil soy. O como cuando le prometí a T eso de “si tú le das un beso a él, yo se lo doy a ella”, obviamente no terminé haciéndolo, y no sé porque. Calma. Todo llega.

Ya está. A partir de ahí todo se vuelve negro. Casi tan negro como mi estado de ánimo.

Ahora en serio; en realidad no busco acordarme de lo que pasó ayer, sino de lo que analicé ayer. Sé que vi cosas, cosas que me gustaron mucho, pero no sé si eran fruto del alcohol, si eran una proyección de lo que yo quería ver, o si en realidad todo eso estaba ahí.

Ah, otro recuerdo: todos los que opinan tienen dudas de lo que se te pasa por la cabeza, y los que no opinan por miedo a equivocarse me llevan a la misma reacción que los que sí lo hacen. Vale, tal vez sí que es real parte de lo que creo haber visto ayer.

De cualquier forma, no te entiendo. Es un constante ir y venir, de volverme loca porque un momento me haces pensar algo, y al siguiente me obligas a cerrar los ojos ante lo inevitable del imposible.

Me da por pensar que si yo me siento así, puede ser que tú te sientas igual. Quiero decir, si tus reacciones cambian de un momento a otro, será porque tu cerebro, y por qué no también tus sentimientos, sean inestables.

Veo fantasmas, lo sé. Déjame verlos, y déjame que siga viéndolos. Ahora mismo lo poco que me ata a la cordura y a seguir aquí son esos fantasmas que traen algo de ilusión.

Espera, otro más: “Me parece bien que sigas luchando, yo creo que puedes”.

No quiero seguir escribiendo más, ni recordando más en un buen rato. Sólo quiero meterme a la ducha y dejar que el agua inunde mi cerebro, se deslice hasta mi barbilla y caiga en mi pecho, que se convulsiona débilmente al ritmo de la última sinfonía que dicta mi cuerpo ante la pregunta de ¿y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Desperados

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Sí. Caigo. Pero eso es algo que venía siendo más que evidente. He ido a ese puto bar sólo con la idea de emborracharme, de desconectar. Igual que el martes, cuando, a riesgo de empezar más fuerte, acabé colocándome.

Que pare ya. Que deje de hacerme daño. Que pare de pensarte. Que pare de imaginarte, de imaginarnos. IMPOSIBLE ¿entendéis todos? Jodidamente imposible.

Sí. Estoy borracha. Fatal. Me da igual. El caso es que he estado contigo esta tarde. Has aparecido sin avisar, por detrás, como los asesinos a sueldo, para acabar lo que yo misma empecé.

- Hola. –Saludas.

Tú. Tu puta voz. Esa voz que me hace hervir. Esa voz que atraviesa cada centímetro de mi cuerpo. Y me encojo, buscando desaparecer. Pero la que desaparece eres tú, una vez más. Y reapareces. Volviendo a saludar, sentándote dos sillas más allá. Se me para el corazón mientras me miras y veo que vas a decirme algo.

- ¿No vas a mirarme?

- Te miro, te estoy mirando.

Y sonríes. Y me matas un poco más. Y te me clavas un poco más profundo.

Se me pasa el tiempo, sin darme cuenta, ensimismada en lo poco que dices y en lo mucho que callas, en mi embriaguez que no me deja ver más allá de tus ojos azules. Tus ojos azules.

- ¿Te quedas a dormir?

- No… me voy a las 22.20, no puedo quedarme…

- Vaya… -Arrugas la nariz, como tanto me gusta, y vuelvo a caer.

Putas cervezas con tequila y limón que no me dejan pensar, que me embotan la puta cabeza y ocupan mis cinco sentidos.

Que te vas, me dicen.

- No te vayas. No te vayas, por favor…

- Tengo que irme, la cena de mi…

- No te vayas, quédate un poco más…

- Ya quedaremos, o hablaremos, o no sé, algo haremos…

Dios, y te vas. No sin antes darme dos besos de esos de amigas. Mientras yo te agarro la cintura, y lucho contra el impulso de no soltarte, de no girar la cabeza tres centímetros para que tus labios se encuentren con los míos. Y te vas, sobria. Y me voy, borracha perdida.

Y acabo con todo. Esta noche. Nunca más. Se acabó el Yo. Empieza el Tú.

Sabes

jueves, 3 de mayo de 2012 1 intereses

Me gustaría saber qué debo hacer con esta necesidad de saberte aunque tú creas que todo esto es una quimera. Que somos pura paja y fantasía, dices. Que para qué tendría que buscarte si sólo somos polvo, efímeras nubes.

Entonces me desespero en el dolor del tiempo que avanza pausadamente, pero peligroso. Me oscurezco del mismo modo en que los termómetros de la calle se vuelven granizo en las madrugadas de mayo. Y me canso cuando me descubro callando lo mucho que me importas, cuando te siento tan cerca, pero me prohíbo decirte las tres mil formas de las que te quiero

Adicción, te llamas. El impulso que me lanza hacia la nada una y otra vez. La intensa tentación que se llama aventura, miedo, caos, placer, entrega, decadencia y esperanza.

No sabes cuánto me gustaría mirarte a los ojos para que entendieras de una puta vez sin tener que explicar nada.

No sabes cómo me gustaría perderme en tu boca y terminar de desatar el proceso de destrucción extrema.

No sabes cómo me castigo cuando me paro a disimular porque tú no te sentirías bien por ninguna de las dos.

No sabes cómo duele este vacío que me ha ido engullendo a lo largo de esta semana y va a terminar por devorarme por completo.

No sabes cuánto me destruye el hecho de tener que beberme mi propia sangre para que no brote a través de mi voz y te sorprendas.

No sabes qué rabia me da sentir cómo mi destrucción podría ser culminada por un solo pinchazo de los que proyectas en cada una de mis vértebras.

No sabes qué angustia me golpea cada día por no ser lo suficientemente valiente y decirte que a mí se me están pudriendo las cuerdas vocales de tanto llamarte, los ojos de tanto buscarte y no encontrarte, los oídos de no poder escucharte, la nariz de no poder respirarte y mis manos de no poder acariciarte.

Aún así, sí que hay algo que sabes: que no me quieres y que no tienes intención de hacerlo a corto plazo. Me lleva la impotencia. Me arrastra hasta el fondo del pozo. Y tengo que intentar apagarme sólo porque tú me gritas “desconecta”.

Pozo sin fondo

lunes, 30 de abril de 2012 0 intereses

El cursor está a la espera y yo me desmaquillo frente al ordenador. Solamente me acompaña una ventana de Word en blanco, con esa línea vertical parpadeante. Es hipnótico, está esperando respuesta. Despacio retiro de mi rostro esa máscara. No hay prisa. Me deshago de mis manos para sentir el contacto sólo en la cara. La humedad se lleva los restos de lo poco que hoy he sido. El pañuelo blanco se va convirtiendo en negro y rojo a cada pasada, arrancándome ese disfraz que les muestro a lo demás. El parpadeo del cursor se sincroniza con el reloj que está dentro de mí y empieza la caída.

No soy capaz de llevar la cuenta de las veces que me he derrumbado ya. De todas las veces que he intentado recoger los pedazos rotos de mi corazón y se me han vuelto a caer rompiéndose aún más y haciendo cada vez más difícil su recogida.

Siempre pasa igual. Poco a poco la necesidad se va haciendo más fuerte en mi pecho, hasta que llega un momento en el que se convierte en una obsesión que me ocupa 24 horas al día. Las noches se convierten en pesadillas y los días en torturas. Te intento evitar, te intento ignorar, pero vuelvo a ti cada noche, a tus letras y a mi agonía.

El reloj interior que hace tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac durante todo el día explota cuando llegan las 02.00 a.m y ya no lo soporto más. Cojo la caja de latón azul que hay sobre mi armario, al fondo a la izquierda. La abro y veo los paquetes de plástico bien ordenados, cada uno con un contenido diferente, y todos ellos con la misma función: intentar olvidarme de que existes y de que todo lo que está pasando no es más que otra pesadilla perfeccionada.

Pero la cierro. Sé que no te gustaría verme abrir un paquete y huir por la vía de escape fácil. No sé por qué te has empeñado en que soy fuerte, en que soy capaz de sobrellevar cualquier cosa que se me ponga delante. Me conoces poco. O nada. Debilidad disfrazada de soberbia y pasividad es mi definición.

Me siento una marioneta, un juguete que tiene un mecanismo por el que es capaz de desplazarse por sí mismo, pero al final el titiritero se burla y me obliga a cruzarme contigo y el sufrimiento me invade. Dicen que es un corazón roto, pero a mí me duele todo el cuerpo. Todo.

Ahora mismo una mano envenenada donde meter la cara me vendría bien. Aunque quizás me vendría mejor una caja llena de serpientes en la que meter los 666 pedazos de mi corazón. O un cuerpo en el que refugiarme, seguramente el tuyo, que tan poco conozco, para convertirte en manuscrito y luego hacer lecturas en la piel, donde no suelo equivocarme, para estudiarte a fondo. Y tu boca. Sí, necesito tu boca. Tu boca que es, ni más ni menos, la solución.

Imposible. Tú me gritas esa palabra de 9 letras, 4 sílabas y un significado profundamente aterrador.

Y me consume, cada vez más, y cada vez que noto cómo el esqueleto de mi corazón se convierte en polvo me hundo más. Cada vez que mi estómago se llena de ratas que arañan y mordisquean mis entrañas me debilito más. Cada vez que mi cuerpo entero tiembla y deja de responderme me encierro más. Cada vez que mis neuronas tratan de encontrar una resolución a este problema sin resultado me frustro más. Cada vez que las lágrimas empiezan a caer pos mis mejillas me destruyo más. Cada vez que siento la imperiosa necesidad de sentarme en una esquina y sentir el frio del suelo me pierdo más. Cada vez que soy incapaz de reaccionar la angustia se enreda más en cada nervio de mi cuerpo. Cada vez que caigo soy menos yo y más nada.

Nada ante la posibilidad del Todo.

Sólo me queda esperar a tocar fondo para encontrar, al menos, una estabilidad. Me quedaré ahí, chapoteando en el fondo del pozo, hasta que llueva una vez más, el agua suba, y me ahogue.

Black Heart

lunes, 2 de abril de 2012 4 intereses

Hacía mucho que no bajaba al Black Heart, un pub instalado en la esquina izquierda de la calle Humanidad, entre los portales 3 y 5. Hubo un tiempo en el que me fue costumbre visitarlo. Descendía los cuatro escalones y entraba en el local cada noche, sin más intención que disfrutar un rato de las bailarinas que se contorneaban al ritmo de una melodía que ponía los pelos de punta, y no sólo los pelos, a cualquiera. Atravesaba el local dejándome invadir por el ambiente lúgubre iluminado por unas luces rojas de baja intensidad y me sentaba en la misma mesa de siempre. Pedía un Vodka con limón y me quedaba ensimismada mirando cada detalle del semisótano: las lámparas rojas que bajaban desde el techo como si fueran colas de diablos, paredes forradas de roca, el bar negro con las botellas brillando de fondo, la misma banda de siempre con una cantante que tiene una voz desgarradora y, en el centro del pub, la tarima negra con forma de corazón en cuyo centro hay una barra de stripper, metálica, fría, deslumbrante.

Ayer, entre nostalgias y angustias decidí que hoy sería el mejor sitio para pasar tranquila un rato recreándome. Entro en el pub y Philip, el dueño, me saluda.

- Mucho tiempo sin verte, querida.

- Mucho.

- ¿Lo de siempre? -discreto, nunca pregunta más allá de lo que tiene que servir y sin embargo conoce más de mil historias; dramas contados entre humo y alcohol en esa barra a modo de confesionario.

- Sí, me sentaré al fondo, sabes que tengo derechos adquiridos sobre aquella mesa.

Asiente y me trae el Vodka con hielo y limón en unos minutos, dejándome de nuevo sola.

Yo tengo la costumbre de tomar posiciones de cara a la tarima, en primera fila. Me gusta ver qué bailarina sale del camerino y avanza hacia los ocho escaloncitos que hay que subir para quedar a la vista de todos. Dicen que los prejuicios no son buenos, pero yo tengo práctica en saber si me van a dar un espectáculo sólo con ver cómo se dirigen a las escaleras y cómo las van subiendo una a una. Roma, la cantante, me saca de mi ensoñación anunciando que Blanca va a salir a bailar en unos minutos. Bien, empieza el espectáculo.

Al poco sale una mujer. Tan solo con una ropa interior que enseña más de lo que esconde, negra, a juego de la tarima con forma de corazón. Su piel es blanca, casi traslúcida, y el color negro carbón de su pelo hace que la palidez de su tez aún resalte más. Sube las escaleras, poco a poco, contoneándose, haciendo que la ascensión resulte una agonía para aquellos que queremos admirarla en todo su esplendor. Al fin llega a la cima y, guiñándole un ojo a Roma para que empiece a cantar, se acerca a la barra y comienza a bailar.

Me quedo absorta en sus movimientos, me fijo en cada músculo que se tensa y se destensa en su cuerpo, me deleito con la caída de su pelo sobre su rostro perfecto. Blanca se da cuenta de mi atención y me sonríe, me da la espalda y veo cómo baja las escaleras y se acerca hacia mí. Vuelve a empezar ese baile hipnótico y me deja embelesada, cuando de repente,

- ¿Vienes?

Dispara la pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, sabiendo que mi respuesta sería un sí rotundo y me tiende una mano que tomo al momento, sintiendo cómo mi corazón está a punto de ponerse del revés. La sigo hasta su camerino y una vez allí continúa con su espectáculo, pero esta vez es sólo para mí. Acerca su cara a la mía, caigo por primera vez en sus ojos azul eléctrico frente a los míos y mis manos toman vida propia rodeando su cintura para acercarla más a mi cuerpo, me quemo. Dejo una mano presionando su cuerpo contra el mío y la otra la subo lentamente por su espalda hasta llegar a su cuello, en ese lugar exacto donde tengo acceso a su pelo con las puntas de mis dedos. La sonrío y ella lleva una mano a mi boca e introduce en ella el dedo índice, lo deja resbalar por la barbilla y traza un camino lentamente, bajando por el cuello, el canalillo, el estómago, el ombligo… y me suelta el pantalón mientras me obliga a tumbarme en el sofá de terciopelo rojo. Me acaricia despacio y abro los labios dejando escapar un suspiro. La miro a los ojos y me electrifico con su mirada. Me da un beso y me invita a que mis manos y mi boca la recorran resbalando por todo su cuerpo y ambas nos miramos, desde distintos ángulos, en el silencio del placer.

El derrame de nuestras almas me muestra que esta noche no hay más aire que el de una burbuja a nuestro alrededor. Nos aislamos del tiempo y el mundo gira fuera de ritmo para adaptarse al nuestro. Así, sin darme cuenta, el negro se convierte en rojo y el hielo se derrite. Después de tanto tiempo mi vida va dejando de ser la coreografía de los sin-sentimiento.

Yo nunca...

lunes, 27 de febrero de 2012 5 intereses

Por ser el lugar que más habito, el nunca es mi proyecto.
Nunca adiviné el sentido lacerante de esta vida.
Nunca reconstruiré tu cuerpo con la carne de mis residuos.
Nunca amaste sin llorar entre los árboles.
Nunca llegaba la oscuridad sin una colmena de nubes y luz.
Nunca vivimos fuera de aquella oquedad que llamábamos mundo.
Nunca estuvimos tan saturados, tan perpetuamente levantados.
Nunca retrocedí, titubeé, enmudecí ante la crecida de tu espesor.
Nunca deseé tanto convertir las palabras en piedra roja.
Nunca he vivido tan devorada por la desposesión de ti y de tu fe en mí.
Nunca anhelé desatarte de mi vértigo, lo que más amé.
Nunca comprenderé la singular patria de tu mentira.

Face to you

jueves, 23 de febrero de 2012 0 intereses

A veces, cuando te besaba y te apretaba contra mí, expulsabas una porción de aire en forma de sonido, ley sofocada, cálida.
Ese aire que yo frente a tus labios respiraba inmediatamente, aire que ahora me falta.
Porque me ahogo como un pez volcado en tu mano.

Mi amiga Rita la Pollera II

martes, 21 de febrero de 2012 0 intereses

Rita ha descubierto que no se enamora de los hombres ni de las mujeres, sino de su propio enamoramiento. Me lo dice desde la ducha, con la mampara semiabierta, mientras yo, enfrente, apoyada en el lavabo, observo ensimismada el caer del agua sobre su cuerpo.

- Ahora sé porqué no me importó elegir hombres inconvenientes. No me enganchaba de ellos sino de la situación, de ese revuelo constante de mariposas en el estómago, del apremiante intercambio de sexo de los primeros tiempos y de la violencia que nos profesábamos el uno al otro. Ya sabes lo que me gusta esa mezcla de odio, sexo, violencia y amor contenido...

Sé de lo que habla, me está robando el discurso. Reparte la espuma con las manos sobre su piel y sonríe mientras me explica lo que la he repetido tantas veces. El jabón dibuja sus curvas y se escurre por sus piernas.
Cae en la cuenta del deleite en mi mirada y me invita:

- ¿Vienes? hay sitio de sobra. Además, ya sabes de lo que te hablo, sólo imitaba tu forma de hablar sobre los hombres.

- Sí, lo sé. Voy enseguida... pero deja que disfrute de esta vista un poco más.

Delirios con la letra E

domingo, 19 de febrero de 2012 1 intereses

Él, elegante, engatusador,
ella, entretenida, exclusiva.

Él, evalúa esfuerzos,
ella, espejos.

Él, enfermizo,
ella, esperanza.

Él, específico,
ella, especial.

Él, ejemplo excelso,
ella, extravagante.

Entre ese ensueño, ella estableció el éxtasis.

Él, encogido en el encierro, entendió el eco en ella.

¿Estás?

Estoy, encerrado en el espacio, ejercitándome en el erebo.
Entiendo… estás.

Estrellas.
Elementos.
Encantos.

Empieza el espectáculo, es extraordinario.
Es equilibrio, espiral, etéreo.

Espero elijas encontrarme...

¿Encontrarte? Excéntrica…
¿Excéntrica? Enloqueces en esta estupidez escasa en estimulación.

Entonces escapémonos, enredémonos, extingámonos en excitación.
Escabullámonos en esta efímera existencia.

Tres deseos

domingo, 5 de febrero de 2012 0 intereses

Paseas la vista por las desvalijadas estanterías, fijándote en cada extrañez, dejándote llevar por cada mota de polvo que vuela en el ambiente. De arriba abajo, de izquierda a derecha, maravillándote con cada reflejo que te regala cada pieza de cristal sucio, difumina tu imagen y a penas te reconoces, pero a fin de cuentas sabes que ese vago reflejo sigues siendo tú. Libros de primeras ediciones, con la tinta que corre por las apergaminadas páginas musitando historias pasadas. Cajas que ya no custodian nada, y que no son más que nidos para las moscas. Velas que ya no alumbrarán más, cuya llama se apagó al morir su último poseedor. Cierras los ojos, y palpas diferentes objetos, intentando adivinar su existencia, su hueco en la estantería, en tu vida. Diferentes olores, como si viajases por los cinco continentes, se reúnen en esa vieja estantería y olisqueas el olor que emana de los bordes desgastados por el paso de los años y se estanca en tus papilas gustativas, haciéndote saborear la madera corroída.

Tal vez, como si de una casualidad se tratase, llegas, guiada por tus cinco sentidos – y un sexto quizá –, hasta una pequeña tetera oxidada. El humo viciado del ambiente empieza a reducir tu capacidad para pensar, y de pronto te encuentras otra vez dejando volar tu imaginación. Te imaginas en los mercados árabes del siglo XIII, atrapada por el paraje clavas tu vista en cada objeto, en cada persona, en cada gesto, en cada grano de arena del suelo que te llevan hasta tus pies y, éstos, a tus manos. La tetera. Sigue oxidada. La frotas. La limpias. Vas descubriendo sus brillos, su belleza. Tu belleza en una espiral de colores difusos.

Vuelves a estar frente a las estanterías, pero sigues frotando la tetera. Se quema, te quemas. Os sale humo por cada cavidad, y va tomando forma. Primero una túnica del color de las cenizas viejas, mate y con múltiples agujeros; después salen dos manos huesudas. Y, al final de la túnica, cubre la cabeza una capucha. El humo se escapa bajo la raída túnica, se escapa rodeándote y te susurra al oído al tiempo que una mano terriblemente suave te acaricia la mejilla. Te estremeces, te encoges, tiemblas, te escondes, te tapas los oídos, gritas, pero da igual. Lo escuchas en tu cabeza. Tres deseos.

Uno para volar por los cielos, otro para nadar como los peces, y un último para vagar por los infiernos cual Belcebú trastornado y libre de conciencia.

Y vuelas atravesando nubes y sintiendo el sol. Nadas saboreando el agua salada del mar y, de pronto, vuelves a estar sobre la tierra, frente a esas estanterías, sin tetera en las manos, ni siquiera en la estantería. Debe de ser el incienso de la tienda, piensas. Y te alejas, dirigiendo una última mirada a la estantería, buscando la tetera. Nada. Y sales, llueve. Y paseas sin poder pensar en nada que no seas tú misma y tu propia felicidad. Y sientes calor, el tacto del sudor en tus propias manos, y el latido de tu corazón en las venas de la sien. Y hueles la humedad tras el olor a incienso que todavía sigue en tus fosas nasales. Y levantas la mirada más allá del suelo, y ves gente con sus paraguas, aburridos, viciosos, envidiosos, maliciosos, asesinos de felicidad. Y oyes sus corazones latir al ritmo del compás que tú les vas marcando, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro. Sonríes. Y entre tus labios se cuela el sabor de la locura y la maldad, lo saboreas. Y reaccionas. El último deseo. Te sientes libre, no experimentas culpabilidad, ni desazón, ni remordimientos. Y te quieres comer el mundo. No. Te vas a comer el infierno, y a todos sus pobres diablillos indefensos.

Tú. Sólo estás tú. Y sólo tú. Nadie más que tú. Tú, y tal vez tu oportunidad sin genio, ni tetera, ni tres deseos. Y vas a saber aprovecharla. Porque sólo estáis tú y tu grandeza endiablada.

Palabras

jueves, 2 de febrero de 2012 0 intereses

Es curioso cómo a veces las palabras pesan más que el propio plomo. Algo que bien en su estado inmaterial, compuestas por aire y vibraciones emitidas por nuestros labios; o bien en su estado mínimamente material, compuestas por tinta, pueden hacerte caer hasta lo más profundo del abismo, o hacer que el cielo te estorbe.

Palabras, que a simple vista no tienen conexión alguna con la paranoia y el estado físico que estás experimentando en ese momento, provocan que se te encienda una chispa en el estómago. Las escuchas o las lees y, de pronto, notas como un calor intenso asciende desde el estómago hasta los oídos, haciéndote arder la traquea a su paso y salibas como si el cuerpo intentase apagar ese fuego inexistente pero terriblemente vívido. Y apriétas las manos, cerrándolas en un puño, como si no quisieras dejar escapar a las palabras para retenerlas contigo para siempre porque, al fin y al cabo, lo que experimentas cuando todo el peso de la palabra cae sobre ti, y te hace despertar de esa ensoñación parcial que estabas viviendo, descubres lo que tienes ante tus ojos y lo que se oculta también tras tus globos oculares, en lo más profundo de tu cerebro.

Descubres que aquella idea que te perturbaba no es sino minucia disfrazada de problema a partir de una obsesión egoista. Descubres que estás vivo y que tu corazón late 96 veces por minuto a causa de la agitación que te provoca el sentirte completo. Descubres que hay algo más allá de tus conexiones cerebrales y de tu ombligo. Descubres al resto de los humanos encerrados en su vehículo, coleópteros en su mundo, cucarachas de asfalto. Descubres que tu cuerpo sufre el desgaste anónimo de agentes mediáticos y, entonces, te electrificas de energía saltando por los puentes que no unen nada, rebotando en las farolas que son ojos que no ven, te reflejas en los parabrisas que obstinados limpian la lluvia que aún más tenaz se suicida frente a tus pupilas. Descubres que pasas la vida corriendo al trasluz de la muerte bajo un seudónimo denominado amor, un perfecto taxidermista que diseca todas tus cicatrices para que las recuerdes con ojos de plástico, siempre.

Y poco a poco, mientras aflojas los puños y el ardor se apaga lentamente, vuelves a relajarte, absorbido por la hipnosis general. Y cierras los ojos, no sin antes pensar que toda nuestra esencia se resume a dejarnos llevar por el viento y a interpretar palabras, y que la palabra es, en definitiva, el principio y el final de todo.

Querido Desconocido

lunes, 30 de enero de 2012 1 intereses

Pidió por mí un Vodka con limón y me susurró que le gustaría subirme a la mesa y hacerme el amor delante de todos para que muriesen de la envidia, entonces sólo pude sonreír y humedecer mis bragas para él.
El primer beso en la boca me atrapó para siempre y deseé ensartar su alma con mis tacones de aguja para llevarme algo suyo en mi mochila.
Aquel motel con espejos en el techo inmortalizó la imagen de dos perdedores ardiendo, no hay llamas más altas que las que producen dos cuerpos que necesitan redención.