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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Huir en dirección Sur

martes, 29 de abril de 2014

Sé lo cerca que has estado ahora que me he ido.

Estoy de luto. La noche es madrugada y la luna se encoge como toda esperanza. Oscuridad. El traqueteo del tren es la ópera del momento. Todo ruge a mi alrededor. El estómago. Las jodidas constantes vitales. El juego neuronal y los jugos que bebo y genero. Todo gruñe y ladra y golpea. Los cristales en vibración. Los gritos de los extasiados. Todo baila. Todos te echamos de menos.

Ahora sé lo cerca que has estado.

Aprovechamos la oportunidad para las explosiones y las implosiones. Para los ruegos y las preguntas. Pasó el tiempo de las confidencias a media voz, que no fueron todas, que no fueron nada. Tan sólo un fragmento más en la galería de desconocidos cuando tú y yo fuimos la fría audiencia estremecida ante la noche en ruinas. Cuando el deshielo ártico se convirtió en lágrima anegada por chorros de sonrisas color rojo y humos de tabaco y vahos entremezclados.

Pero ya me he ido.

Tu cara. Tus ojos. Tus labios. Ojos y labios. Tengo un triángulo que recordar. Tengo la humedad cuando las dudas. La crueldad del silencio. Recuerdo por los pelos tu pelo. Líneas de fuga a las que agarrarse resguardada en tus nervios ópticos. De nuevo los ojos. Tus ojos. Y los míos observando desde la cama cómo te quitabas la ropa por primera vez delante de mí con tu naturalidad congénita. Desde esa cama se cayeron muchas sonrisas y en esa habitación se quedaron marcadas nuestras ganas.

La proximidad es una quimera.

Ganas. Recuerdo tu cara crispada cuando mi cuerpo se estremecía al contacto de tus dedos con mi espalda y yo lo anteponía a nuestro momento. O a ti, que viene a ser lo mismo. Te recuerdo como si fueras una bomba estallando de improvisto en mi corazón. Y yo desapareciendo. Te recuerdo poniéndote nerviosa mientras te miraba e intentaba bucear en los más profundo de tu alma. Y yo desapareciendo. Te recuerdo sonriente mientras jugaba a imaginar cómo desnudarte. Y yo desapareciendo; no yo, sino el frío que me caracteriza.

La ausencia es reveladora.

Recuerdo la noche. Al principio la entrega consistía en disfrutar acariciándonos la piel. Nada como una buena caricia. Nada como sentir los dedos de quien ansías insinuando rincones ignorados. Pero no era suficiente. Pronto el simple hecho de estar juntas se convirtió en respiraciones agitadas. Las caricias se intensificaron en busca de mayor complicidad. No tardó en aparecer el dolor como elemento de cohesión. Sí, ya sé que la vida es básicamente dolor, pero me refiero a cosas mucho más concretas. Te hablo de caricias convertidas en arañazos y mordiscos cada vez más fuertes. El vértigo del arañazo es peligroso. Llega un momento en que los dedos parecen perder el control. Podría arañarte hasta la sangre. Te encantaría arañarme hasta la sangre. Eso quisimos hacer. Eso hiciste. Arañar hasta la sangre. Arañar hasta el desgarro. Y con tus arañazos me quitaste el miedo de los más idiotas que se se privan de ser felices aunque sea por unos minutos. Yo quería agarrarte con todo mi cuerpo, y lo hice. Quería envolverte para que supieras que estábamos juntas en el frío infierno de Granada, y lo hice. Quería formar un escudo contra el que las balas de la estupidez regresaran al corazón del enemigo, y lo hice. Quería hundirte en el colchón, y lo hice. Quería nuestros cuerpos follados el uno contra el otro revolcándose de alegría, y lo conseguí. Quería que hicieses desaparecer mi oscuridad con tu luz, y lo conseguiste.

Consciente de lo cerca que hemos estado cuando ya no estamos.

Recuerdo demasiado bien la angustia y las ganas de abrazarte la última noche hasta que el tiempo se parase, pero me gustaría olvidarlo. O cambiarlo. Destrozar a patadas la realidad. Arrasarlo todo. Arrasarlo de verdad y buscar el consuelo entre tus labios. Tan sólo huir en dirección sur, hacia el centro de tu andar. Volver a bajar por la calle en busca de una pensión lo suficientemente escondida para que nadie nos moleste nunca.

Sé lo cerca que has estado ahora que me he ido.



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