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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Aislamiento de a dos

miércoles, 23 de mayo de 2012 1 intereses

Son las 01:12:21 a.m.

Hemos acabado en un motel a las afueras, ni siquiera sé el nombre. Creo recordar que empezaba por Ab, últimamente mi vida gira en torno a esas letras. Es raro que esté pensando en el nombre del motel cuando la tengo a Ella delante, jugueteando con los botones del ascensor. El ascensor es siempre un buen preámbulo: reparto de ganas, la boca, o un magreo de aperitivo. Levanta la mirada del suelo y me sonríe mientras se acerca lentamente paseando el dedo sobre el apoyadero metálico. Me desquicia. Blanca para todo es una chica de contrastes; te sonríe como una niña indefensa y su mirada, de intensa, hace orificio de salida.

Entramos en la habitación con la sensación de que no hay obligaciones, ni existe nadie más en el mundo. Es el momento de entregarse, de mezclarse, de dejarse llevar. Ella se dirige al baño, y enciende el grifo para dejar correr el agua. Yo me quedo fuera, juego con la radio, busco un emisora de música que nos dé una buena banda sonora. Jazz. Sabemos lo que sucederá a continuación. Abre la ventana del baño y va preparando el ambiente.

- ¿Tu madre no te ha dicho nunca que hay que esperar dos horas y media para bañarse después de comer algo?

Casi no puedo terminar la frase, me encuentro con su boca en la mía. Me empuja, presionándome, contra el toallero que está muy caliente, tanto como yo. Los tubos metálicos marcan mi espalda, pero la quemazón no me impide concentrarme en su boca y desear mis manos en su piel. Me excita que me tenga pegada a ese fuego. Me besa en el cuello, suspiro en su oído. Me muerde el lóbulo izquierdo, allá voy.

Se separa un instante y percibe mis ganas, las mismas que habían despertado la lujuria un rato antes, cuando salimos de Black Heart, Blanca me había dicho que jugaríamos a algo diferente. Y aquí estamos tan excitadas que las feromonas despiden un olor acre de llamada, pueden olerse y desearse.

Toma mi mano y me conduce hacia la ducha. Se lo montan bien en estos picaderos preparando el atrezzo: el espejo en el techo, velas medio gastadas en el baño y la habitación, la cama gigante... Yo espero, la dejo hacer. Observo cómo enciende las cuatro velas rojas que había en el baño y apaga la luz, cómo se quita sólo los pantalones y entra a la ducha con esa camiseta negra que tanto me gusta, con un escote que pierde el equilibrio con frecuencia y muestra sus hombros desnudos, pálidos y brillantes, pidiendo ser acariciados. Me quedo hipnotizada viendo cómo toca el chorro del agua para comprobar la temperatura, cómo destapa el bote del gel y cómo descuelga la ducha del soporte y empieza a mojarse, primero la cabeza, cierra los ojos y entreabre la boca mientras el agua cae. Luego los hombros, el pecho, la espalda. El agua resbala por su cuerpo inmóvil y ya ha empapado su camiseta, que ha pasado a formar parte de su piel revelando que no lleva más que su cuerpo debajo, la tela húmeda enseña un trasluz de un cuerpo de perfección sobrehumana que es sólo para mí.

Abre los ojos, me mira sin decir nada. No hace falta, la situación lo está pidiendo a gritos. Le quito la camiseta. Ahora la veo entera, sin segundas pieles de por medio, y me obliga a meterme también en la ducha. Se vierte un chorro de jabón en las manos que frota amalgamándolo. Primero me limpia todo resto de maquillaje, deja un sonoro beso en los labios jabonosos y se sirve más gel para ir extendiéndolo por mi piel que habrá de recorrer entera, cada recodo, cada centímetro.

Mi turno. Ella se muestra, se ofrece levantando los brazos, abriendo las piernas, inclinando la cabeza hacia atrás. Mis manos escurridizas y temblorosas reparten el jabón entre su pelo, jugando con sus mechones. Voy extiendo el gel, repitiendo movimientos, acariciando el cuello, frotando los hombros, arañando la espalda. Masajeo un antebrazo hasta llegar a la mano, que acerco a su propia boca e introduce el índice entre sus labios, juega con él mientras no para de mirarme a los ojos.

Ya recorren cuatro manos las pieles, ya se comen las dos bocas con hambre. Rozan las caderas añadiendo su propia humedad y calor, y en un momento, sin previo aviso, Blanca aclara toda la espuma y abre la mampara para coger las toallas.

Nos ayudamos a secarnos, poco a poco, y vuelve a tomarme de la mano para llegar a la cama. Una frente a otra, agarra mi pelo mojado acercando mi cara a la suya, dejando claro quién tiene el control. Huele a jabón, ahora su cuerpo parece inmaculado, camuflando el posible paso de otras huellas en su piel. Despacio y entre besos empezamos a movernos en una especie de desafío, de reto, un muévete mejor, más candente, más caliente. Lo hacemos muy juntas, los brazos separados como abarcando a la otra. Una de mis piernas se acomoda entre las suyas, para reducir la distancia mientras ella hace lo mismo, llegando a pegarnos tanto que, de no ser por el contraste de color de nuestra piel, sería imposible decir dónde acaba la mía y dónde empieza la suya. Las caderas vibran acompasadas al ritmo que marca la percusión, repetitivo, machacón, imparable.

Los jirones de luz que disparan las velas hacia el espejo del techo nos reflejan entre esos fogonazos, nos olemos de tan cerca, nos deslizamos desde distintos puntos de nuestra anatomía humana y nos recreamos mutuamente. Las bocas suponen ahora el punto de apoyo, el eje central, porque seguimos la música ahora más despacio, pero sin parar. Comienza la desconexión y nuestro aislamiento del mundo. Blanca y yo, a destiempo. Yo y Blanca, extrasensoriales. Nosotras juntas, eternas.

La ducha ha lavado nuestras almas, el sexo va a convertirse en la burbuja directa de descenso al infierno. Unimos nuestras vidas, apilando en un rincón nuestras soledades caídas. Unimos nuestros momentos, abriendo el corazón, curando las heridas. Unimos nuestras bocas, como único nexo, entre vidas lejanas. Cruzando la línea y a espaldas del resto fundimos nuestros cuerpos y unimos nuestras ganas.

Ser tonta

sábado, 12 de mayo de 2012 0 intereses

A veces pienso que en ciertas ocasiones me gustaría ser tonta.

No tener la necesidad de entender todas las cosas, no preocuparme de los porqués ni de nadie más que no sea yo misma. Ser capaz de olvidar lo que me ha pasado sin necesidad de darle vueltas una y otra vez, hasta llegar a agotarme. Despertarme cada día con la cabeza reseteada y disfrutar de cada detalle bueno como si el día anterior no me hubiese planteado un problema vivir algo similar.

Pero, lamentablemente, no soy tonta, en el mejor sentido de la palabra, y muchos días parece que no he llegado ni tan siquiera a dormir. Las mismas cosas, la misma gente y las mismas situaciones me hacen pensar que el mundo en realidad no da vueltas y que la evolución en la vida es mínima.

Espera... ¿A ver si al final sí que voy a ser tonta de verdad y por eso no me doy cuenta?

Ayer, 4 de Mayo del 2012

sábado, 5 de mayo de 2012 2 intereses

Todavía no me he atrevido a encender el móvil, y mucho menos a iniciar sesión en cualquier web.

Recuerdo la noche de ayer demasiado borrosa, como si me hubieran implantado unas imágenes que no he vivido yo, con intención de atormentarme todavía más. Recuerdo que dejé de ser consciente de otra cosa que no fueras tú cuando escuché tu voz, y que el corazón estuvo a punto de salírseme por la boca cuando me giré y estabas ahí detrás. Recuerdo las risas del resto, el penoso intento de la mía, las superfluas conversaciones sobre banalidades absurdas. Recuerdo el ''no te vayas'' que se escapó de mi boca varias veces. El metro, y los sollozos en él. Después el tren. Oh, el tren y el mensaje de texto que te envié. Sé que te envié algo, no sé el qué, y tampoco qué me contestaste… Entiendo, de ahí el miedo irracional a encender el teléfono móvil.

¿Qué cojones hice ayer? La entrada anterior del blog dice más de lo que recuerdo, mucho más.

¿Me preguntaste a ver si iba a mirarte? Me pregunto si dejé de hacerlo en algún momento, aunque fuese por el rabillo del ojo.

¿Te agarré de la cintura? No puedo evitar esbozar una media sonrisa ante ese intento de valentía.

¿Estuve a punto de robarte un beso? No sé ni cómo reaccionar ante ese impulso que se quedó en nada.

¿Y después?

Mientras escribo esto y me esfuerzo por recordar me vienen a la cabeza distintos momentos de la tarde, como cuando Á te estaba dando besos en la mejilla y yo dije ''deja de darme envidia''. Otra media sonrisa, qué imbécil soy. O como cuando le prometí a T eso de “si tú le das un beso a él, yo se lo doy a ella”, obviamente no terminé haciéndolo, y no sé porque. Calma. Todo llega.

Ya está. A partir de ahí todo se vuelve negro. Casi tan negro como mi estado de ánimo.

Ahora en serio; en realidad no busco acordarme de lo que pasó ayer, sino de lo que analicé ayer. Sé que vi cosas, cosas que me gustaron mucho, pero no sé si eran fruto del alcohol, si eran una proyección de lo que yo quería ver, o si en realidad todo eso estaba ahí.

Ah, otro recuerdo: todos los que opinan tienen dudas de lo que se te pasa por la cabeza, y los que no opinan por miedo a equivocarse me llevan a la misma reacción que los que sí lo hacen. Vale, tal vez sí que es real parte de lo que creo haber visto ayer.

De cualquier forma, no te entiendo. Es un constante ir y venir, de volverme loca porque un momento me haces pensar algo, y al siguiente me obligas a cerrar los ojos ante lo inevitable del imposible.

Me da por pensar que si yo me siento así, puede ser que tú te sientas igual. Quiero decir, si tus reacciones cambian de un momento a otro, será porque tu cerebro, y por qué no también tus sentimientos, sean inestables.

Veo fantasmas, lo sé. Déjame verlos, y déjame que siga viéndolos. Ahora mismo lo poco que me ata a la cordura y a seguir aquí son esos fantasmas que traen algo de ilusión.

Espera, otro más: “Me parece bien que sigas luchando, yo creo que puedes”.

No quiero seguir escribiendo más, ni recordando más en un buen rato. Sólo quiero meterme a la ducha y dejar que el agua inunde mi cerebro, se deslice hasta mi barbilla y caiga en mi pecho, que se convulsiona débilmente al ritmo de la última sinfonía que dicta mi cuerpo ante la pregunta de ¿y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Desperados

0 intereses

Sí. Caigo. Pero eso es algo que venía siendo más que evidente. He ido a ese puto bar sólo con la idea de emborracharme, de desconectar. Igual que el martes, cuando, a riesgo de empezar más fuerte, acabé colocándome.

Que pare ya. Que deje de hacerme daño. Que pare de pensarte. Que pare de imaginarte, de imaginarnos. IMPOSIBLE ¿entendéis todos? Jodidamente imposible.

Sí. Estoy borracha. Fatal. Me da igual. El caso es que he estado contigo esta tarde. Has aparecido sin avisar, por detrás, como los asesinos a sueldo, para acabar lo que yo misma empecé.

- Hola. –Saludas.

Tú. Tu puta voz. Esa voz que me hace hervir. Esa voz que atraviesa cada centímetro de mi cuerpo. Y me encojo, buscando desaparecer. Pero la que desaparece eres tú, una vez más. Y reapareces. Volviendo a saludar, sentándote dos sillas más allá. Se me para el corazón mientras me miras y veo que vas a decirme algo.

- ¿No vas a mirarme?

- Te miro, te estoy mirando.

Y sonríes. Y me matas un poco más. Y te me clavas un poco más profundo.

Se me pasa el tiempo, sin darme cuenta, ensimismada en lo poco que dices y en lo mucho que callas, en mi embriaguez que no me deja ver más allá de tus ojos azules. Tus ojos azules.

- ¿Te quedas a dormir?

- No… me voy a las 22.20, no puedo quedarme…

- Vaya… -Arrugas la nariz, como tanto me gusta, y vuelvo a caer.

Putas cervezas con tequila y limón que no me dejan pensar, que me embotan la puta cabeza y ocupan mis cinco sentidos.

Que te vas, me dicen.

- No te vayas. No te vayas, por favor…

- Tengo que irme, la cena de mi…

- No te vayas, quédate un poco más…

- Ya quedaremos, o hablaremos, o no sé, algo haremos…

Dios, y te vas. No sin antes darme dos besos de esos de amigas. Mientras yo te agarro la cintura, y lucho contra el impulso de no soltarte, de no girar la cabeza tres centímetros para que tus labios se encuentren con los míos. Y te vas, sobria. Y me voy, borracha perdida.

Y acabo con todo. Esta noche. Nunca más. Se acabó el Yo. Empieza el Tú.

Sabes

jueves, 3 de mayo de 2012 1 intereses

Me gustaría saber qué debo hacer con esta necesidad de saberte aunque tú creas que todo esto es una quimera. Que somos pura paja y fantasía, dices. Que para qué tendría que buscarte si sólo somos polvo, efímeras nubes.

Entonces me desespero en el dolor del tiempo que avanza pausadamente, pero peligroso. Me oscurezco del mismo modo en que los termómetros de la calle se vuelven granizo en las madrugadas de mayo. Y me canso cuando me descubro callando lo mucho que me importas, cuando te siento tan cerca, pero me prohíbo decirte las tres mil formas de las que te quiero

Adicción, te llamas. El impulso que me lanza hacia la nada una y otra vez. La intensa tentación que se llama aventura, miedo, caos, placer, entrega, decadencia y esperanza.

No sabes cuánto me gustaría mirarte a los ojos para que entendieras de una puta vez sin tener que explicar nada.

No sabes cómo me gustaría perderme en tu boca y terminar de desatar el proceso de destrucción extrema.

No sabes cómo me castigo cuando me paro a disimular porque tú no te sentirías bien por ninguna de las dos.

No sabes cómo duele este vacío que me ha ido engullendo a lo largo de esta semana y va a terminar por devorarme por completo.

No sabes cuánto me destruye el hecho de tener que beberme mi propia sangre para que no brote a través de mi voz y te sorprendas.

No sabes qué rabia me da sentir cómo mi destrucción podría ser culminada por un solo pinchazo de los que proyectas en cada una de mis vértebras.

No sabes qué angustia me golpea cada día por no ser lo suficientemente valiente y decirte que a mí se me están pudriendo las cuerdas vocales de tanto llamarte, los ojos de tanto buscarte y no encontrarte, los oídos de no poder escucharte, la nariz de no poder respirarte y mis manos de no poder acariciarte.

Aún así, sí que hay algo que sabes: que no me quieres y que no tienes intención de hacerlo a corto plazo. Me lleva la impotencia. Me arrastra hasta el fondo del pozo. Y tengo que intentar apagarme sólo porque tú me gritas “desconecta”.