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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Pozo sin fondo

lunes, 30 de abril de 2012 0 intereses

El cursor está a la espera y yo me desmaquillo frente al ordenador. Solamente me acompaña una ventana de Word en blanco, con esa línea vertical parpadeante. Es hipnótico, está esperando respuesta. Despacio retiro de mi rostro esa máscara. No hay prisa. Me deshago de mis manos para sentir el contacto sólo en la cara. La humedad se lleva los restos de lo poco que hoy he sido. El pañuelo blanco se va convirtiendo en negro y rojo a cada pasada, arrancándome ese disfraz que les muestro a lo demás. El parpadeo del cursor se sincroniza con el reloj que está dentro de mí y empieza la caída.

No soy capaz de llevar la cuenta de las veces que me he derrumbado ya. De todas las veces que he intentado recoger los pedazos rotos de mi corazón y se me han vuelto a caer rompiéndose aún más y haciendo cada vez más difícil su recogida.

Siempre pasa igual. Poco a poco la necesidad se va haciendo más fuerte en mi pecho, hasta que llega un momento en el que se convierte en una obsesión que me ocupa 24 horas al día. Las noches se convierten en pesadillas y los días en torturas. Te intento evitar, te intento ignorar, pero vuelvo a ti cada noche, a tus letras y a mi agonía.

El reloj interior que hace tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac durante todo el día explota cuando llegan las 02.00 a.m y ya no lo soporto más. Cojo la caja de latón azul que hay sobre mi armario, al fondo a la izquierda. La abro y veo los paquetes de plástico bien ordenados, cada uno con un contenido diferente, y todos ellos con la misma función: intentar olvidarme de que existes y de que todo lo que está pasando no es más que otra pesadilla perfeccionada.

Pero la cierro. Sé que no te gustaría verme abrir un paquete y huir por la vía de escape fácil. No sé por qué te has empeñado en que soy fuerte, en que soy capaz de sobrellevar cualquier cosa que se me ponga delante. Me conoces poco. O nada. Debilidad disfrazada de soberbia y pasividad es mi definición.

Me siento una marioneta, un juguete que tiene un mecanismo por el que es capaz de desplazarse por sí mismo, pero al final el titiritero se burla y me obliga a cruzarme contigo y el sufrimiento me invade. Dicen que es un corazón roto, pero a mí me duele todo el cuerpo. Todo.

Ahora mismo una mano envenenada donde meter la cara me vendría bien. Aunque quizás me vendría mejor una caja llena de serpientes en la que meter los 666 pedazos de mi corazón. O un cuerpo en el que refugiarme, seguramente el tuyo, que tan poco conozco, para convertirte en manuscrito y luego hacer lecturas en la piel, donde no suelo equivocarme, para estudiarte a fondo. Y tu boca. Sí, necesito tu boca. Tu boca que es, ni más ni menos, la solución.

Imposible. Tú me gritas esa palabra de 9 letras, 4 sílabas y un significado profundamente aterrador.

Y me consume, cada vez más, y cada vez que noto cómo el esqueleto de mi corazón se convierte en polvo me hundo más. Cada vez que mi estómago se llena de ratas que arañan y mordisquean mis entrañas me debilito más. Cada vez que mi cuerpo entero tiembla y deja de responderme me encierro más. Cada vez que mis neuronas tratan de encontrar una resolución a este problema sin resultado me frustro más. Cada vez que las lágrimas empiezan a caer pos mis mejillas me destruyo más. Cada vez que siento la imperiosa necesidad de sentarme en una esquina y sentir el frio del suelo me pierdo más. Cada vez que soy incapaz de reaccionar la angustia se enreda más en cada nervio de mi cuerpo. Cada vez que caigo soy menos yo y más nada.

Nada ante la posibilidad del Todo.

Sólo me queda esperar a tocar fondo para encontrar, al menos, una estabilidad. Me quedaré ahí, chapoteando en el fondo del pozo, hasta que llueva una vez más, el agua suba, y me ahogue.

Black Heart

lunes, 2 de abril de 2012 4 intereses

Hacía mucho que no bajaba al Black Heart, un pub instalado en la esquina izquierda de la calle Humanidad, entre los portales 3 y 5. Hubo un tiempo en el que me fue costumbre visitarlo. Descendía los cuatro escalones y entraba en el local cada noche, sin más intención que disfrutar un rato de las bailarinas que se contorneaban al ritmo de una melodía que ponía los pelos de punta, y no sólo los pelos, a cualquiera. Atravesaba el local dejándome invadir por el ambiente lúgubre iluminado por unas luces rojas de baja intensidad y me sentaba en la misma mesa de siempre. Pedía un Vodka con limón y me quedaba ensimismada mirando cada detalle del semisótano: las lámparas rojas que bajaban desde el techo como si fueran colas de diablos, paredes forradas de roca, el bar negro con las botellas brillando de fondo, la misma banda de siempre con una cantante que tiene una voz desgarradora y, en el centro del pub, la tarima negra con forma de corazón en cuyo centro hay una barra de stripper, metálica, fría, deslumbrante.

Ayer, entre nostalgias y angustias decidí que hoy sería el mejor sitio para pasar tranquila un rato recreándome. Entro en el pub y Philip, el dueño, me saluda.

- Mucho tiempo sin verte, querida.

- Mucho.

- ¿Lo de siempre? -discreto, nunca pregunta más allá de lo que tiene que servir y sin embargo conoce más de mil historias; dramas contados entre humo y alcohol en esa barra a modo de confesionario.

- Sí, me sentaré al fondo, sabes que tengo derechos adquiridos sobre aquella mesa.

Asiente y me trae el Vodka con hielo y limón en unos minutos, dejándome de nuevo sola.

Yo tengo la costumbre de tomar posiciones de cara a la tarima, en primera fila. Me gusta ver qué bailarina sale del camerino y avanza hacia los ocho escaloncitos que hay que subir para quedar a la vista de todos. Dicen que los prejuicios no son buenos, pero yo tengo práctica en saber si me van a dar un espectáculo sólo con ver cómo se dirigen a las escaleras y cómo las van subiendo una a una. Roma, la cantante, me saca de mi ensoñación anunciando que Blanca va a salir a bailar en unos minutos. Bien, empieza el espectáculo.

Al poco sale una mujer. Tan solo con una ropa interior que enseña más de lo que esconde, negra, a juego de la tarima con forma de corazón. Su piel es blanca, casi traslúcida, y el color negro carbón de su pelo hace que la palidez de su tez aún resalte más. Sube las escaleras, poco a poco, contoneándose, haciendo que la ascensión resulte una agonía para aquellos que queremos admirarla en todo su esplendor. Al fin llega a la cima y, guiñándole un ojo a Roma para que empiece a cantar, se acerca a la barra y comienza a bailar.

Me quedo absorta en sus movimientos, me fijo en cada músculo que se tensa y se destensa en su cuerpo, me deleito con la caída de su pelo sobre su rostro perfecto. Blanca se da cuenta de mi atención y me sonríe, me da la espalda y veo cómo baja las escaleras y se acerca hacia mí. Vuelve a empezar ese baile hipnótico y me deja embelesada, cuando de repente,

- ¿Vienes?

Dispara la pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, sabiendo que mi respuesta sería un sí rotundo y me tiende una mano que tomo al momento, sintiendo cómo mi corazón está a punto de ponerse del revés. La sigo hasta su camerino y una vez allí continúa con su espectáculo, pero esta vez es sólo para mí. Acerca su cara a la mía, caigo por primera vez en sus ojos azul eléctrico frente a los míos y mis manos toman vida propia rodeando su cintura para acercarla más a mi cuerpo, me quemo. Dejo una mano presionando su cuerpo contra el mío y la otra la subo lentamente por su espalda hasta llegar a su cuello, en ese lugar exacto donde tengo acceso a su pelo con las puntas de mis dedos. La sonrío y ella lleva una mano a mi boca e introduce en ella el dedo índice, lo deja resbalar por la barbilla y traza un camino lentamente, bajando por el cuello, el canalillo, el estómago, el ombligo… y me suelta el pantalón mientras me obliga a tumbarme en el sofá de terciopelo rojo. Me acaricia despacio y abro los labios dejando escapar un suspiro. La miro a los ojos y me electrifico con su mirada. Me da un beso y me invita a que mis manos y mi boca la recorran resbalando por todo su cuerpo y ambas nos miramos, desde distintos ángulos, en el silencio del placer.

El derrame de nuestras almas me muestra que esta noche no hay más aire que el de una burbuja a nuestro alrededor. Nos aislamos del tiempo y el mundo gira fuera de ritmo para adaptarse al nuestro. Así, sin darme cuenta, el negro se convierte en rojo y el hielo se derrite. Después de tanto tiempo mi vida va dejando de ser la coreografía de los sin-sentimiento.