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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Tres deseos

domingo, 5 de febrero de 2012

Paseas la vista por las desvalijadas estanterías, fijándote en cada extrañez, dejándote llevar por cada mota de polvo que vuela en el ambiente. De arriba abajo, de izquierda a derecha, maravillándote con cada reflejo que te regala cada pieza de cristal sucio, difumina tu imagen y a penas te reconoces, pero a fin de cuentas sabes que ese vago reflejo sigues siendo tú. Libros de primeras ediciones, con la tinta que corre por las apergaminadas páginas musitando historias pasadas. Cajas que ya no custodian nada, y que no son más que nidos para las moscas. Velas que ya no alumbrarán más, cuya llama se apagó al morir su último poseedor. Cierras los ojos, y palpas diferentes objetos, intentando adivinar su existencia, su hueco en la estantería, en tu vida. Diferentes olores, como si viajases por los cinco continentes, se reúnen en esa vieja estantería y olisqueas el olor que emana de los bordes desgastados por el paso de los años y se estanca en tus papilas gustativas, haciéndote saborear la madera corroída.

Tal vez, como si de una casualidad se tratase, llegas, guiada por tus cinco sentidos – y un sexto quizá –, hasta una pequeña tetera oxidada. El humo viciado del ambiente empieza a reducir tu capacidad para pensar, y de pronto te encuentras otra vez dejando volar tu imaginación. Te imaginas en los mercados árabes del siglo XIII, atrapada por el paraje clavas tu vista en cada objeto, en cada persona, en cada gesto, en cada grano de arena del suelo que te llevan hasta tus pies y, éstos, a tus manos. La tetera. Sigue oxidada. La frotas. La limpias. Vas descubriendo sus brillos, su belleza. Tu belleza en una espiral de colores difusos.

Vuelves a estar frente a las estanterías, pero sigues frotando la tetera. Se quema, te quemas. Os sale humo por cada cavidad, y va tomando forma. Primero una túnica del color de las cenizas viejas, mate y con múltiples agujeros; después salen dos manos huesudas. Y, al final de la túnica, cubre la cabeza una capucha. El humo se escapa bajo la raída túnica, se escapa rodeándote y te susurra al oído al tiempo que una mano terriblemente suave te acaricia la mejilla. Te estremeces, te encoges, tiemblas, te escondes, te tapas los oídos, gritas, pero da igual. Lo escuchas en tu cabeza. Tres deseos.

Uno para volar por los cielos, otro para nadar como los peces, y un último para vagar por los infiernos cual Belcebú trastornado y libre de conciencia.

Y vuelas atravesando nubes y sintiendo el sol. Nadas saboreando el agua salada del mar y, de pronto, vuelves a estar sobre la tierra, frente a esas estanterías, sin tetera en las manos, ni siquiera en la estantería. Debe de ser el incienso de la tienda, piensas. Y te alejas, dirigiendo una última mirada a la estantería, buscando la tetera. Nada. Y sales, llueve. Y paseas sin poder pensar en nada que no seas tú misma y tu propia felicidad. Y sientes calor, el tacto del sudor en tus propias manos, y el latido de tu corazón en las venas de la sien. Y hueles la humedad tras el olor a incienso que todavía sigue en tus fosas nasales. Y levantas la mirada más allá del suelo, y ves gente con sus paraguas, aburridos, viciosos, envidiosos, maliciosos, asesinos de felicidad. Y oyes sus corazones latir al ritmo del compás que tú les vas marcando, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro. Sonríes. Y entre tus labios se cuela el sabor de la locura y la maldad, lo saboreas. Y reaccionas. El último deseo. Te sientes libre, no experimentas culpabilidad, ni desazón, ni remordimientos. Y te quieres comer el mundo. No. Te vas a comer el infierno, y a todos sus pobres diablillos indefensos.

Tú. Sólo estás tú. Y sólo tú. Nadie más que tú. Tú, y tal vez tu oportunidad sin genio, ni tetera, ni tres deseos. Y vas a saber aprovecharla. Porque sólo estáis tú y tu grandeza endiablada.

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