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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Yo nunca...

lunes, 27 de febrero de 2012 5 intereses

Por ser el lugar que más habito, el nunca es mi proyecto.
Nunca adiviné el sentido lacerante de esta vida.
Nunca reconstruiré tu cuerpo con la carne de mis residuos.
Nunca amaste sin llorar entre los árboles.
Nunca llegaba la oscuridad sin una colmena de nubes y luz.
Nunca vivimos fuera de aquella oquedad que llamábamos mundo.
Nunca estuvimos tan saturados, tan perpetuamente levantados.
Nunca retrocedí, titubeé, enmudecí ante la crecida de tu espesor.
Nunca deseé tanto convertir las palabras en piedra roja.
Nunca he vivido tan devorada por la desposesión de ti y de tu fe en mí.
Nunca anhelé desatarte de mi vértigo, lo que más amé.
Nunca comprenderé la singular patria de tu mentira.

Face to you

jueves, 23 de febrero de 2012 0 intereses

A veces, cuando te besaba y te apretaba contra mí, expulsabas una porción de aire en forma de sonido, ley sofocada, cálida.
Ese aire que yo frente a tus labios respiraba inmediatamente, aire que ahora me falta.
Porque me ahogo como un pez volcado en tu mano.

Mi amiga Rita la Pollera II

martes, 21 de febrero de 2012 0 intereses

Rita ha descubierto que no se enamora de los hombres ni de las mujeres, sino de su propio enamoramiento. Me lo dice desde la ducha, con la mampara semiabierta, mientras yo, enfrente, apoyada en el lavabo, observo ensimismada el caer del agua sobre su cuerpo.

- Ahora sé porqué no me importó elegir hombres inconvenientes. No me enganchaba de ellos sino de la situación, de ese revuelo constante de mariposas en el estómago, del apremiante intercambio de sexo de los primeros tiempos y de la violencia que nos profesábamos el uno al otro. Ya sabes lo que me gusta esa mezcla de odio, sexo, violencia y amor contenido...

Sé de lo que habla, me está robando el discurso. Reparte la espuma con las manos sobre su piel y sonríe mientras me explica lo que la he repetido tantas veces. El jabón dibuja sus curvas y se escurre por sus piernas.
Cae en la cuenta del deleite en mi mirada y me invita:

- ¿Vienes? hay sitio de sobra. Además, ya sabes de lo que te hablo, sólo imitaba tu forma de hablar sobre los hombres.

- Sí, lo sé. Voy enseguida... pero deja que disfrute de esta vista un poco más.

Delirios con la letra E

domingo, 19 de febrero de 2012 1 intereses

Él, elegante, engatusador,
ella, entretenida, exclusiva.

Él, evalúa esfuerzos,
ella, espejos.

Él, enfermizo,
ella, esperanza.

Él, específico,
ella, especial.

Él, ejemplo excelso,
ella, extravagante.

Entre ese ensueño, ella estableció el éxtasis.

Él, encogido en el encierro, entendió el eco en ella.

¿Estás?

Estoy, encerrado en el espacio, ejercitándome en el erebo.
Entiendo… estás.

Estrellas.
Elementos.
Encantos.

Empieza el espectáculo, es extraordinario.
Es equilibrio, espiral, etéreo.

Espero elijas encontrarme...

¿Encontrarte? Excéntrica…
¿Excéntrica? Enloqueces en esta estupidez escasa en estimulación.

Entonces escapémonos, enredémonos, extingámonos en excitación.
Escabullámonos en esta efímera existencia.

Tres deseos

domingo, 5 de febrero de 2012 0 intereses

Paseas la vista por las desvalijadas estanterías, fijándote en cada extrañez, dejándote llevar por cada mota de polvo que vuela en el ambiente. De arriba abajo, de izquierda a derecha, maravillándote con cada reflejo que te regala cada pieza de cristal sucio, difumina tu imagen y a penas te reconoces, pero a fin de cuentas sabes que ese vago reflejo sigues siendo tú. Libros de primeras ediciones, con la tinta que corre por las apergaminadas páginas musitando historias pasadas. Cajas que ya no custodian nada, y que no son más que nidos para las moscas. Velas que ya no alumbrarán más, cuya llama se apagó al morir su último poseedor. Cierras los ojos, y palpas diferentes objetos, intentando adivinar su existencia, su hueco en la estantería, en tu vida. Diferentes olores, como si viajases por los cinco continentes, se reúnen en esa vieja estantería y olisqueas el olor que emana de los bordes desgastados por el paso de los años y se estanca en tus papilas gustativas, haciéndote saborear la madera corroída.

Tal vez, como si de una casualidad se tratase, llegas, guiada por tus cinco sentidos – y un sexto quizá –, hasta una pequeña tetera oxidada. El humo viciado del ambiente empieza a reducir tu capacidad para pensar, y de pronto te encuentras otra vez dejando volar tu imaginación. Te imaginas en los mercados árabes del siglo XIII, atrapada por el paraje clavas tu vista en cada objeto, en cada persona, en cada gesto, en cada grano de arena del suelo que te llevan hasta tus pies y, éstos, a tus manos. La tetera. Sigue oxidada. La frotas. La limpias. Vas descubriendo sus brillos, su belleza. Tu belleza en una espiral de colores difusos.

Vuelves a estar frente a las estanterías, pero sigues frotando la tetera. Se quema, te quemas. Os sale humo por cada cavidad, y va tomando forma. Primero una túnica del color de las cenizas viejas, mate y con múltiples agujeros; después salen dos manos huesudas. Y, al final de la túnica, cubre la cabeza una capucha. El humo se escapa bajo la raída túnica, se escapa rodeándote y te susurra al oído al tiempo que una mano terriblemente suave te acaricia la mejilla. Te estremeces, te encoges, tiemblas, te escondes, te tapas los oídos, gritas, pero da igual. Lo escuchas en tu cabeza. Tres deseos.

Uno para volar por los cielos, otro para nadar como los peces, y un último para vagar por los infiernos cual Belcebú trastornado y libre de conciencia.

Y vuelas atravesando nubes y sintiendo el sol. Nadas saboreando el agua salada del mar y, de pronto, vuelves a estar sobre la tierra, frente a esas estanterías, sin tetera en las manos, ni siquiera en la estantería. Debe de ser el incienso de la tienda, piensas. Y te alejas, dirigiendo una última mirada a la estantería, buscando la tetera. Nada. Y sales, llueve. Y paseas sin poder pensar en nada que no seas tú misma y tu propia felicidad. Y sientes calor, el tacto del sudor en tus propias manos, y el latido de tu corazón en las venas de la sien. Y hueles la humedad tras el olor a incienso que todavía sigue en tus fosas nasales. Y levantas la mirada más allá del suelo, y ves gente con sus paraguas, aburridos, viciosos, envidiosos, maliciosos, asesinos de felicidad. Y oyes sus corazones latir al ritmo del compás que tú les vas marcando, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro. Sonríes. Y entre tus labios se cuela el sabor de la locura y la maldad, lo saboreas. Y reaccionas. El último deseo. Te sientes libre, no experimentas culpabilidad, ni desazón, ni remordimientos. Y te quieres comer el mundo. No. Te vas a comer el infierno, y a todos sus pobres diablillos indefensos.

Tú. Sólo estás tú. Y sólo tú. Nadie más que tú. Tú, y tal vez tu oportunidad sin genio, ni tetera, ni tres deseos. Y vas a saber aprovecharla. Porque sólo estáis tú y tu grandeza endiablada.

Palabras

jueves, 2 de febrero de 2012 0 intereses

Es curioso cómo a veces las palabras pesan más que el propio plomo. Algo que bien en su estado inmaterial, compuestas por aire y vibraciones emitidas por nuestros labios; o bien en su estado mínimamente material, compuestas por tinta, pueden hacerte caer hasta lo más profundo del abismo, o hacer que el cielo te estorbe.

Palabras, que a simple vista no tienen conexión alguna con la paranoia y el estado físico que estás experimentando en ese momento, provocan que se te encienda una chispa en el estómago. Las escuchas o las lees y, de pronto, notas como un calor intenso asciende desde el estómago hasta los oídos, haciéndote arder la traquea a su paso y salibas como si el cuerpo intentase apagar ese fuego inexistente pero terriblemente vívido. Y apriétas las manos, cerrándolas en un puño, como si no quisieras dejar escapar a las palabras para retenerlas contigo para siempre porque, al fin y al cabo, lo que experimentas cuando todo el peso de la palabra cae sobre ti, y te hace despertar de esa ensoñación parcial que estabas viviendo, descubres lo que tienes ante tus ojos y lo que se oculta también tras tus globos oculares, en lo más profundo de tu cerebro.

Descubres que aquella idea que te perturbaba no es sino minucia disfrazada de problema a partir de una obsesión egoista. Descubres que estás vivo y que tu corazón late 96 veces por minuto a causa de la agitación que te provoca el sentirte completo. Descubres que hay algo más allá de tus conexiones cerebrales y de tu ombligo. Descubres al resto de los humanos encerrados en su vehículo, coleópteros en su mundo, cucarachas de asfalto. Descubres que tu cuerpo sufre el desgaste anónimo de agentes mediáticos y, entonces, te electrificas de energía saltando por los puentes que no unen nada, rebotando en las farolas que son ojos que no ven, te reflejas en los parabrisas que obstinados limpian la lluvia que aún más tenaz se suicida frente a tus pupilas. Descubres que pasas la vida corriendo al trasluz de la muerte bajo un seudónimo denominado amor, un perfecto taxidermista que diseca todas tus cicatrices para que las recuerdes con ojos de plástico, siempre.

Y poco a poco, mientras aflojas los puños y el ardor se apaga lentamente, vuelves a relajarte, absorbido por la hipnosis general. Y cierras los ojos, no sin antes pensar que toda nuestra esencia se resume a dejarnos llevar por el viento y a interpretar palabras, y que la palabra es, en definitiva, el principio y el final de todo.