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Verdugo por pura excitación, amante confesa de mi oscuridad. Desintegración y síntesis.
Superviviente de la desolación del ser, desertora del imaginado y condicionado soy.
Emergente con la soledad abrazada, danzando sobre el vértigo del pentagrama en llamas de un músico ebrio de libertad que aceptó su confusión destilándose sobre el papel. Read more about me »

Lack of Innocence

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Pesadilla

domingo, 2 de diciembre de 2012

Estoy tumbada en un parque. El sol calienta mi piel, escucho el cantar de los pájaros y a un perro correr a mi alrededor. Una vocecita dulce le grita que recoja un trozo de madera para que lo traiga de vuelta. Sé a quién pertenece esa voz. Ches. Está sentada junto a mí, sus ojos enormes tienen un brillo especial al sol y su sonrisa me provoca escalofríos. Me mira, pero no parece verme. Alarga el brazo y su mano atraviesa mi cuerpo para coger una roca que hay tras de mí. Intento tocar su mejilla izquierda. El cielo se torna rojo. Los pájaros caen muertos al suelo. El perro comienza a ladrar. Ches se pixeliza poco a poco y va desapareciendo. Mi mano se cierra intentando agarrar lo poco que queda de ella.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Corro sin saber adónde con el pulso enloquecido mientras la sangre rebota en cada esquina de mi cuerpo maltrecho. Me doy cuenta de que es noche cerrada, de que avanzo por una calle sin luz ni vida con edificios en ruinas y de que una luz roja me persigue. De repente, giro en una esquina y me doy de bruces con la puerta del Black Heart, paso al interior con el fin de refugiarme y escapar. Cruzo la puerta. Caigo al vacío mientras grito horrorizada y dirijo hacia Ella mi último pensamiento antes de morir tras la caída. Comienzan a aparecer los rostros de las personas que nunca fueron. De los que traicioné y me traicionaron. De los que me abandonaron. De los que fallé y me fallaron. De los que me expulsaron de la cordura. De los que maté y me mataron lentamente. Los rostros de mi mundo. Las conversaciones que un día mantuve con todos ellos se mezclan con las risas, las burlas y mis gritos. Vislumbro al fondo una boca enorme que va a devorarme. Ahí llego.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Cierro los ojos esperando el final, pero no llega. Relajo los músculos de la cara, abro los ojos poco a poco y la luz de la habitación en la que estoy me ciega unos instantes antes de que mis pupilas se retraigan y empiece a ser capaz de ver algo más que sombras y destellos.

Estoy tumbada en la cama de una habitación completamente blanca con las paredes acolchadas. Oigo el tic-tac de un reloj y giro la cabeza hacia la izquierda en su busca, son las 02:00 a.m. Intento incorporarme, me siento en el colchón duro que ha amortiguado la caída y la habitación entera empieza a girar sobre sí misma. Noto el sabor de la sangre en la boca. Los destellos de luces se mezclan con los ruidos de las lámparas y el reloj. Voces. Pasos. Alguien se acerca. Me vuelvo a tumbar e intento parecer dormida, pero la respiración ajetreada y el forzoso sube y baja de mi pecho me delatan.

La puerta se abre. Un golpe. Otro. Silencio. Silencio. Silencio. Abro los ojos. A unos milímetros de mi cara hay alguien que va vestido completamente de blanco y oculta su rostro tras una máscara de porcelana, también blanca, inexpresiva. Me encuentro con una mano que presiona mi boca y parte de mi nariz, impidiéndome gritar y haciéndome difícil respirar. La sensación de asfixia va en aumento. El hombre de blanco me amordaza, me obliga a incorporarme, me ata a la cama. El hombre de blanco me da la espalda y se dirige hacia una persona que está en una silla de espaldas a mí.

02:00 a.m. ¿El reloj está estropeado?

El hombre de blanco gira despacio la silla, dejándome ver poco a poco quién se esconde tras esa mata de pelo rojizo alborotado. 1, 2, 3, está de vuelta otra vez. Sucia, pálida, demacrada, plastificada. Ches. Ches está sentada frente a mí, atada a la silla de pies y manos, vestida de blanco, con los ojos vendados. El hombre de blanco comienza a desenrollar lentamente la venda de la cabeza de Ches, disfrutando cada giro de muñeca, cada centímetro de tela que aparta de los ojos para que cuando los deje al descubierto pueda mirarme horrorizada. Antes de quitar del todo la venda, el hombre de blanco me mira y parece sonreír divertido tras esa máscara inexpresiva tan perturbadora. La última vuelta. Ches abre los ojos. Me ve. No parece sorprendida, más bien triste y resignada.

02:00 a.m. Las agujas del reloj se mueven, ¿por qué el tiempo no corre?

El hombre de blanco se gira, escucho el sonido de una cremallera al abrirse. Metal chocando contra metal. El hombre de blanco afila su herramienta de tortura. El hombre de blanco se ríe. El hombre de blanco se torna con un cuchillo en la mano. El hombre de blanco se acerca a Ches. El hombre de blanco acaricia su rostro con el cuchillo, lo baja lentamente por su cuello, luego el esternón, y finalmente el estómago. El hombre de blanco susurra algo en su oído. Intento soltarme. El hombre de blanco le clava el cuchillo. Le grito. El camisón blanco se va volviendo escarlata alrededor de la empuñadura. El hombre de blanco saca el cuchillo. Le suplico que pare. Lo vuelve a clavar. Me retuerzo de impotencia. Rasga la herida.

El hombre de blanco deja de ser hombre para transformarse en bestia. Las paredes blancas salpicadas de rojo. Un río de sangre fluye hasta mis pies. Veo a Ches ensangrentada mientras la bestia viene hacia mí chorreando sangre y riendo a carcajadas. Miro los ojos que se esconden tras la mascara ahora más roja que blanca.

- Acabaré contigo... – balbuceo.

- ¿De verdad? - responde divertido.

El hombre enmascarado se quita la máscara. No es un hombre. Ni siquiera un desconocido. Es un monstruo, pero ese monstruo soy yo.

Estoy de pie, con un cuchillo en la mano, ensangrentada, viendo cómo el cuerpo sin vida de Ches sigue perdiendo sangre. El cuchillo cae al suelo. Me miro las manos. Sangre. Su sangre. El río se convierte en mar rojo. La marea sube. Me ahogo en su sangre.

Un reloj de fondo. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac.

Aparezco en mi habitación, tumbada en la cama. De pronto, algo se apoya suavemente sobre mi pecho. Un brazo. Ches está dormida y ha terminado abrazada a mí. La miro mientras duerme y parece darse cuenta porque abre los ojos. Sonríe. Un reloj de fondo. Se acerca todo lo que nuestro cuerpos físicos permiten y me da un beso. Tic-tac. El beso sabe a sangre. Tic-tac. Ches vuelve a sonreír, pero su sonrisa esta manchada de sangre. Tic-tac. Ches sigue sangrando de las puñaladas que el hombre de blanco le ha asestado, de las puñaladas que yo le he asestado. Tic-tac. La luz de los ojos de Ches se apaga y, mientras lo hace, el resto del mundo se apaga también.

Tic...

Tac...

Tic...

Tac...

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